Sentir demasiado, sentir de manera intensa puede llegar a ser la cosa más sensacional que exista, provoca que realmente aprecies y disfrutes cada momento por mínimo que sea, sensibiliza y ayuda a valorar las pequeñas cosas como lo son el cielo, la felicidad de otros, la mirada de un niño, entre muchas cosas más. Pero también muchas veces provoca que las cosas más sencillas hagan a tu corazón quebrarse por completo.
Generalmente no siento la gran cosa durante el “año nuevo”. Claro, siento la alegría o emoción natural del momento, pero eso es todo. Sin embargo, este año ha sido muuuy diferente. El 2017 fue un año muy difícil para mí, con él trajo rupturas, dudas, inseguridades, miedos y barreras; así también, me hizo enfrentar todo eso y crecer, crecer muchísimo, madurar más en un solo año que en varios anteriores juntos. Me golpeó por todas partes, con todo lo que esperaba que nunca ser golpeada. En fin, por todo eso, aprendí muchísimo y, al final, por fin logré encontrar mi estabilidad, mi paz. Y fue hermoso, por fin encontrar esa tranquilidad después de haber estado entre la tempestad por tanto tiempo.
Sin embargo, en esta fecha tan especial como lo es el fin de año, algo muy extraño me ocurrió. Se me vino el año entero encima y me aplastó. Me golpeó absolutamente todo al mismo tiempo, todo lo que viví durante el año poco a poco, se me vino encima en 30 minutos; todos los sentimientos negativos, las tristezas, las rupturas… Comenzaron a llegar sin siquiera recordar algo en específico, solamente los sentimientos hicieron de las suyas, apoderándose de mí las lágrimas que parecía que jamás se detendrían. Y entonces comenzó a llegar más tristeza y decepción porque me sentía justo como el primer día del año anterior cuando todo se vino para abajo, cuando todo comenzó a dolerme demasiado; una decepción horrenda comenzó a invadir mi ser haciéndome sentir que todos los pasos avanzados se habían desvanecido en un segundo. Me tomé el tiempo necesario, me di la oportunidad de llorar, de pensar un poco, de echarla a perder un poco una vez más.
Pero, después de un rato, que parecía haberse congelado conmigo en la habitación, todos esos sentimientos negativos comenzaron a esfumarse como habían llegado. La tranquilidad comenzó a apoderarse nuevamente de mí y, aunque al principio me resistía, finalmente opté por permitirle adueñarse de mí.
Generalmente no siento la gran cosa durante el “año nuevo”. Claro, siento la alegría o emoción natural del momento, pero eso es todo. Sin embargo, este año ha sido muuuy diferente. El 2017 fue un año muy difícil para mí, con él trajo rupturas, dudas, inseguridades, miedos y barreras; así también, me hizo enfrentar todo eso y crecer, crecer muchísimo, madurar más en un solo año que en varios anteriores juntos. Me golpeó por todas partes, con todo lo que esperaba que nunca ser golpeada. En fin, por todo eso, aprendí muchísimo y, al final, por fin logré encontrar mi estabilidad, mi paz. Y fue hermoso, por fin encontrar esa tranquilidad después de haber estado entre la tempestad por tanto tiempo.
Sin embargo, en esta fecha tan especial como lo es el fin de año, algo muy extraño me ocurrió. Se me vino el año entero encima y me aplastó. Me golpeó absolutamente todo al mismo tiempo, todo lo que viví durante el año poco a poco, se me vino encima en 30 minutos; todos los sentimientos negativos, las tristezas, las rupturas… Comenzaron a llegar sin siquiera recordar algo en específico, solamente los sentimientos hicieron de las suyas, apoderándose de mí las lágrimas que parecía que jamás se detendrían. Y entonces comenzó a llegar más tristeza y decepción porque me sentía justo como el primer día del año anterior cuando todo se vino para abajo, cuando todo comenzó a dolerme demasiado; una decepción horrenda comenzó a invadir mi ser haciéndome sentir que todos los pasos avanzados se habían desvanecido en un segundo. Me tomé el tiempo necesario, me di la oportunidad de llorar, de pensar un poco, de echarla a perder un poco una vez más.
Pero, después de un rato, que parecía haberse congelado conmigo en la habitación, todos esos sentimientos negativos comenzaron a esfumarse como habían llegado. La tranquilidad comenzó a apoderarse nuevamente de mí y, aunque al principio me resistía, finalmente opté por permitirle adueñarse de mí.
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