Me encanta caminar.
Tomar los audífonos y entrar en otra dimensión.
Cantando por el mundo como si nadie pudiera escucharme,
incluso haciendo uno que otro baile de vez en cuando...
es mi mundo.
Tomar los audífonos y entrar en otra dimensión.
Cantando por el mundo como si nadie pudiera escucharme,
incluso haciendo uno que otro baile de vez en cuando...
es mi mundo.
Voy flotando como si estuviera dentro de una nube,
no importa lo que se encuentra alrededor,
no importa quién mira o quién escucha…
No importa nada
O, al menos, eso es lo que me gusta creer.
Porque, de pronto,
alguien explota mi burbuja y me hace caer.
Escucho la voz de un hombre,
mirando hacia mí,
mientras grita “mi amor”...
mirando hacia mí,
mientras grita “mi amor”...
Trato de ignorarlo y volver al mundo que disfrutaba tanto,
ese en el cual solamente nos encontrábamos la música y yo.
Continúo caminando. Escuchando. Un tanto menos ensimismada.
Vuelvo a disfrutar de la música,
ya no tan absorta;
pero logro hacerlo.
Doy unos cuantos pasos más…
Y escucho el claxon de un automóvil;
me resisto a mirar, no quiero hacerlo,
pero pasa a mi lado
y me encuentro con tres hombres mirándome,
como si de un plato de comida se tratara.
Se quebranta mi paz. Me rompen.
Mi camino continúa,
pues aún no llego a mi lugar de destino.
Entonces comienzo a sentir que alguien me persigue por la calle,
cruzo hacia el otro lado para evitarlo;
ahora tengo que soportar el sol a raja piedras
con tal de huir de lo que sea, por si pudiera existir.
Mi paso permanece,
el camino se hace eterno,
el sudor corre por mi cuerpo debido al sol.
Lo veo aproximarse nuevamente,
también se ha cambiado de banqueta.
Podría ser cualquier persona, podría necesitar pasar por allí.
Pero mi consciencia ya no está tranquila.
Me mantengo alerta.
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